


México cerró 2024 con 33 550 homicidios, una cifra que vuelve a situar a las agresiones como la octava causa de muerte a nivel nacional, según las Estadísticas de Defunciones Registradas (EDR) del INEGI. Y aunque el Instituto no publica en este comunicado un desglose histórico de homicidios año por año, sí deja claro que la violencia letal mantiene una estabilidad preocupante, insertada en el tejido social como un fenómeno persistente.
Lo que sí puede compararse con años previos es el comportamiento general de las defunciones en el país: en 2024 se registraron 819 672 muertes, un incremento de 2.5% respecto a 2023. Esa subida global, junto con la permanencia del homicidio dentro de las diez principales causas de muerte, confirma que la violencia no está retrocediendo: está instalada.
En el apartado por sexo, el contraste con años anteriores se vuelve aún más dramático. Las agresiones —es decir, homicidios— vuelven a colocarse como la quinta causa de muerte entre los hombres, con 29 448 casos, lo que ratifica una tendencia histórica documentada por el INEGI desde décadas atrás: el homicidio afecta de manera desproporcionada a la población masculina joven y adulta. Mientras tanto, para las mujeres, la violencia letal se mantiene en el octavo lugar, con un impacto menor en volumen pero devastador en contexto.
El comportamiento del homicidio frente a otras causas también evidencia la magnitud del fenómeno. En un país donde las principales causas de muerte son enfermedades crónicas —corazón, diabetes, tumores— la presencia de la violencia en el mismo ranking revela que el crimen organizado, las disputas territoriales y la impunidad no han sido desplazados por políticas públicas ni estrategias de seguridad.
Comparado con el contexto previo a la pandemia, cuando México ya registraba cifras superiores a 30 mil homicidios anuales, el número de 33 550 confirma que, aunque el discurso oficial prometa disminuciones, la estabilización de la violencia en niveles altos es el verdadero fondo de la crisis. No baja, no sube dramáticamente: se mantiene. Y eso es lo que más duele.
Los homicidios, por tanto, no son una anomalía estadística sino una constante nacional. Un país donde la enfermedad mata, pero la violencia también. Un país donde la vida se escapa por el gatillo, por el filo, por la brutalidad.
Treinta y tres mil quinientas cincuenta muertes violentas.
Treinta y tres mil quinientas cincuenta familias rotas.
Un Estado que corre detrás de la realidad y nunca la alcanza.


