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Por Cuauhtémoc Villegas / Data2

La sangre no deja de correr, aunque el conteo oficial diga que la violencia “va a la baja”. El 16 de octubre, las fiscalías del país reportaron 48 víctimas de homicidio doloso, una cifra que a primera vista parece menor, pero que forma parte de un ritmo constante y brutal que sigue desangrando a México todos los días.

La mañana del 17, a las tres de la madrugada, el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) actualizó su reporte diario. Detrás de los números —48 cuerpos, 48 historias truncas— se dibuja un país que ha normalizado la muerte.

Los estados del fuego

Los estados más ensangrentados ayer fueron Guanajuato, Michoacán y Morelos, cada uno con cinco homicidios. Le siguen Sinaloa, Oaxaca, Veracruz y Estado de México, con cuatro víctimas cada uno. En contraste, Aguascalientes, Zacatecas, Ciudad de México, Colima y Durango no registraron asesinatos ese día, aunque todos arrastran antecedentes recientes de ejecuciones y desapariciones.

La cifra nacional es apenas un punto más en una gráfica que lleva meses repitiendo el mismo trazo: una pendiente descendente que no alcanza a mostrar la otra realidad, la de los desaparecidos no contabilizados, los cadáveres sin nombre y los silencios oficiales.

Tendencia de octubre: el país sigue sangrando

En lo que va de octubre, México acumula 829 víctimas de homicidio, con un promedio diario de 51.8. Es una caída ligera respecto al mismo periodo del año pasado, cuando se promediaban cerca de 74 asesinatos diarios, pero no representa una mejora estructural: solo refleja la continuidad de una guerra no declarada.

La tendencia del año confirma el deterioro de la seguridad nacional:

  • Enero a marzo: promedios entre 64 y 66 víctimas diarias.
  • Abril a septiembre: una caída aparente, entre 52 y 57, producto del silenciamiento estadístico, no de la paz.
  • Octubre mantiene la misma cadencia, un pulso de muerte que no cesa, aunque las cifras sean cada vez más frías.

El espejismo de la calma

Las fiscalías locales, presionadas por gobiernos que buscan mostrar resultados, reportan menos casos. Sin embargo, las morgues, los cementerios clandestinos y los desiertos del norte cuentan otra historia.

En el mapa de los homicidios, el país parece dividido entre territorios de fuego y estados de silencio. Pero el silencio también mata: mata la impunidad, mata la corrupción, mata la indiferencia de una sociedad que ya no se sorprende.

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