Reportajes

147 familias desplazadas viven en el basurero de Culiacán

Desplazados, sobrevivencia entre la basura

En el basurón de Culiacán, familias de localidades azotadas por la violencia, buscan una nueva vida

De nacimiento, Agustín, aunque los camaradas prefieren decirle “Tilín”. Nació en el Hospital General hace algún tiempo y 39 años los ha dedicado a ser pepenador en el Basurón Municipal de Culiacán. Eso sí, continuamente se recuerda que es un “adicto”, aunque nadie se lo pregunte. El cuerpo lo tiene tostado de tanto andar bajo el sol, y el apeste de la basura ya no le produce asco.

Su casa es de lámina y madera, aunque no es la única. Desde hace algunos meses, más vecinos se han ido instalando en aquel pedazo de tierra invadido. Agustín advierte que son vecinos silenciosos, casi no hablan; en realidad, tienen miedo: son familias desplazadas por la violencia.

Desde hace un año, con el inicio del conflicto armado del Cártel de Sinaloa, comunidades enteras se han visto obligadas a dejar sus hogares. En los últimos meses, familias de Badiraguato, Caminaguato, La Reforma, Tepuche, Tecolotes, El Rincón de los Monzón y Pueblo Nuevo, terminan por llegar a colonias periféricas en Culiacán. Los registros oficiales, subrayan 142 familias desplazadas. De acuerdo con María Inés Pérez Corral, titular de la Secretaría de Bienestar y Desarrollo Sustentable (Sebides).

Durante las tardes, las esqueléticas casas permanecen vacías; nadie las habita y, por dentro, no hay mucho. Las cortinas son lonas, los techos de lámina y algunas camas son tarimas de madera. Los vecinos están arriba, en la colina de basura, trabajando en la recolección de plásticos, botes y cartones para sacar unos cuantos pesos al día y, quien quite, para obtener algo de valor.

Como ya es costumbre, “Tilín” salió de su casa aquella mañana sin camisa para evadir un poco el calor. Agarró su cigarro y se lo puso entre una oreja, por si se le antojaba prenderlo más tarde. Cruzó un pequeño canal y subió por un camino empinado de tierra suelta. Con la lengua de fuera lo siguió su perro, “Good Dog”, —le dice—, tiene un ojo lagañoso, pero es un buen acompañante. Durante el trayecto explicó que muchas manos se han unido, y muchas de ellas pertenecen a desplazados.

En familia

“Ramiro” y su mamá, “Isabela”, son nuevos; hace cuatro meses llegaron de su comunidad, la Presa de Mojolo. La violencia los correteó y ellos tuvieron que salir; ahora se ganan la vida como pepenadores. No fueron los únicos, otras familias tomaron la misma decisión, agarraron lo que pudieron y se fueron.

Mientras “Ramiro” hurgaba entre los montículos de desechos, recordó que antes pensaba que ellos nunca abandonarían su pueblo. Sabía, por ahí, que en otros ranchos las gentes se tenían que ir; le daba tristeza nada más de verlos. “Quizás nosotros no andemos así”, se decía.

En Mojolo abandonó su oficio de albañil; poco a poco la chamba empezó a escasear y aquí en la ciudad tampoco ha encontrado. Todo se vino de una y la decisión fue tomada: irse. Allá, en su rancho, miró cosas, pasaban cosas, cosas cabronas, tanto así que no puede platicar de más; “no vaya a ser”. Se trajo a su mamá, esposa e hija.

La mayoría de las gentes del rancho se fueron, en bola se subían a los remolques con lo poco que podían de pertenencias y se fueron acomodando en distintos puntos de la ciudad. Ellos llegaron hasta el Basurón, en la zona norte, alguien les dijo que ahí podrían trabajar. Los guio hasta la montaña de residuos y ahora ahí están, cada bote o cartón son minitas: no de oro, pero algo dejan.
“Ramiro” no termina de acostumbrarse al aroma de su nuevo trabajo; tiene que amarrarse una camisa en la nariz para soportar la jornada, entre llantas, residuos de comida y aguas verdosas que se evaporan con el sol. Aun así, es preferible hacerse pedazos recogiendo basura que andar en malos pasos. “Mejor prefiero, como le digo, chingarle aquí y que, como dice el dicho: Dios que lo cuida a uno”. Por lo pronto, a seguirle: hay que sacar 200 pesos al día para poder comer.

Ríos de basura

Camiones y camiones de basura van desfilando. Serpentean el camino para llegar hasta mero arriba. Abren las compuertas y liberan la mugre de la ciudad. Ahí, los pepenadores ya esperan recibir la suerte de los desechos de alguien más, y no son los únicos. En los cielos, las aves carroñeras también vigilan qué pueden pepenar. Eso sí, con la llegada de más y más desplazados, se complica sacar un buen dinero: son más manos y, por lo tanto, menos cosas para vender.
“Ignacio” es de San Javier, Badiraguato, y a su rancho llegaron los hombres armados hace algunos meses. Los empistolados les dijeron que tenían que abandonar sus casas y los sacaron, así, con la misma ropa que traían puesta. “Ignacio” agarró su mochila y metió algunos documentos importantes, fue todo.

“Entonces lo que pasa que como le digo dejamos todo, todo, porque pues cada uno pues se sale para no tener problemas, ¿verdad? No quiere problemas y tiene que abandonar uno, ¿verdad? Entonces pues nosotros pues ni modo, pues cada quien según es el trabajo de ellos”, contó.

Dejar todo de la noche a la mañana le costó y aún lo entristece. Él estaba acostumbrado a navegar a las vacas, andar en los ríos, sembrar el maíz y el frijol, pero la ciudad es muy diferente y a como están las cosas, no le queda nada más que “resignarse”.

Al igual que “Ramiro”, “Ignacio” prefiere no hablar mucho de “esas personas”, es peligroso. “Necesitamos que también viniera el gobierno y pues viera aquí la situación de la gente, porque casi, casi que al que le ponga usted el ojo es desplazado, oiga”.

Bendito Dios —dijo—, ya tiene por ahí un terrenito para ir construyendo su casa. Aunque, muchas veces, la gente no tiene a donde llegar y en una sola casa se juntan entre tres y cuatro familias; apenas caben y a ver cómo le hacen más adelante para agarrar su pedazo de tierra. “Pañales también ocupamos, ya que traen a muchos niños y no creo que seamos los primeros ni los últimos, están saliendo y van a seguir saliendo, más y más”.

Por el monte

En algún momento, “Ernesto” fue síndico. La posición política que tuvo hace algunos años le ha permitido tener un contacto más cercano con las familias desplazadas. Conoce a las comunidades, sus gentes y caminos. Las familias le narran cómo los “malandrines” poco a poco se van metiendo a las rancherías.

En un principio —explica— andan entre el monte, ocultos; de aspecto fantasmal, cuidándose de unos y acechando a otros, mordiendo poco a poco el territorio. Las voces de los pueblos van comentando: “‘Miré gente armada por acá también, por allá también’, y de repente la raza esa se mete a las casas, al núcleo poblacional, se podría decir”.

Los “halcones” o “punteros” son pieza clave para los grupos, se encargan de avisar, espiar y sacar información. Aunque también son los primeros que amanecen muertos. “Esa gente (los grupos armados) les salen en el camino, los levantan y uno aparece muerto, aparece otro muerto por allá, otro por acá. Pero son esas mismas que andan trabajando. Pero a la gente del pueblo en sí no les hacen daño, es gente que andan enredados”.

Poco a poco deciden exhibirse más. Las camionetas empiezan a rondar por los ranchos, buscan intimidar; la música al tope y uno que otro disparo al aire. Los rifles ya se asoman, deambulan afuera de las casas, y si una familia se fue, ellos se meten, se desprenden del monte y se camuflan en las casas. Poco a poco, la voz se corre entre las comunidades: “ya vámonos”, se dicen, hasta que el rancho queda vacío.

“La gente salió corriendo por el monte. Ya saben por dónde vas a ir para salir a otro rancho, de otro rancho a la carretera y de la carretera a otro rancho y hasta llegar a donde quieras a la ciudad, una colonia. Otros que tenían carro pues a subir lo que podamos subir (…) la gente salió con lo que podía, te gana el pánico, el miedo”, contó.

Las familias desplazadas se acercan a la ciudad, instalándose en la periferia, en colonias de clase baja. Llegan a la Loma de Rodriguera, Las Cerezas, Los Huertos, La Alameda, Los Mezcales, 6 de Enero, Lombardo Toledano, 15 de Septiembre y La Lima, porque estas colonias están más cerca y es más barato rentar, además de que les permite estar pendientes de noticias para un posible regreso a sus ranchos.

Con la crisis, se ha vuelto más complicado regresar a sus hogares; no hay condiciones. Las personas han vuelto solo para sacar las pocas cosas que pueden recuperar: colchones, estufas, ropa, para utilizarlas en donde están viviendo actualmente, ya que no se ve viable que regresen a corto plazo.

Más butacas

Los olores de la basura llegan hasta la colonia Bicentenario. En realidad, el relleno sanitario lo tienen a un lado, muy cerca, y por las mañanas el viento arrastra un hedor grosero, sutil pero evidente; sin embargo, ya están acostumbrados.

Las calles son de terracería, y el único camino bien pavimentado conduce hasta la primaria Bicentenario. En los últimos meses más alumnos han ingresado, tanto así que ya no alcanzan las butacas. Los alumnos provienen principalmente de la comunidad de Tepuche, de zonas “más arriba de Tepuche”, y de la sierra de Badiraguato.

“Soy desplazada”, es lo primero que dicen algunas madres al tocar las puertas de la escuela. El impacto se recibió desde septiembre de 2024, las autoridades administrativas registraron un poco más de 20 niños que llegaron con sus familias desplazadas.

“De hecho, todas las familias nuevas que se han aceptado son por temas de violencia, que han dejado sus casas y han dejado sus comunidades. Luego dicen ‘soy desplazada’, inmediatamente hablan con ese tema, y el dilema de ‘soy desplazada’, pues sí, le abre uno el corazón”, explicó una de las maestras.

La escuela está rebasada, la matrícula actual es de 457 alumnos. Cuando las familias vienen con dos o tres alumnos, en ocasiones la escuela no puede darles espacio a todos. Se les ofrece aceptar solo a dos, quedando el tercero en lista de espera. La escuela no cuenta con suficiente mobiliario para atender a los niños que vienen de fuera.

“Ahora, con la atención que le queremos dar a los niños que vienen de fuera, pues no contamos con mobiliario, pero solucionamos, buscamos, y pues, si no podemos solucionar, la mamá también aporta y dice: ‘yo traigo mi silla, yo traigo mi mesa’, y sí, así lo hemos hecho. Pero sí, hemos abierto espacios. Pero aquí la situación es que la familia viene con dos o tres alumnos, y en ocasiones no les podemos dar espacio a los tres”.

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