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Héctor Botello. Foto: Objetivo7fotógrafos

Fandango: la catedral de la noche tapatía que encendió los años dorados

En una esquina cualquiera de la memoria tapatía —entre la bruma de las luces de neón y el eco persistente del pop latino de los 80— todavía suena el nombre de Fandango. Más que una discoteca, fue un templo profano de la noche, una válvula de escape para una generación que comenzaba a despertar del letargo político y moral del siglo XX. Y detrás de ese delirio controlado, de esa arquitectura de fiesta, estuvo un hombre: David Villegas Durán.

El arquitecto de la euforia

Fandango no surgió por accidente. Fue el resultado de una mente entrenada en el arte de encender la noche. Antes de levantar este santuario del baile y la desinhibición, David Villegas Durán ya era leyenda en los pasillos dorados de la vida nocturna tapatía. Había sido gerente de otras instituciones del desfogue como Davinci, The Plantation y Génesis, discotecas que también marcaron época, pero ninguna con el impacto transversal y emocional de Fandango.

Junto con Pepe Botello y Alejandro Valadea, Villegas Durán fundó Fandango como una apuesta arriesgada: llevar el espíritu del hedonismo ochentero al corazón de una Guadalajara que aún vivía entre lo conservador y lo cosmopolita. El resultado fue un choque de mundos: clase media alta y rebeldía juvenil, íconos pop y deseos sucios, moda neón y coreografías improvisadas bajo las luces estroboscópicas.

Una cápsula del tiempo iluminada

Entrar a Fandango era como traspasar una dimensión paralela. Paredes con texturas futuristas, iluminación sincronizada al ritmo de Jean-Michel Jarre, Juan Gabriel, Madonna o Luis Miguel, y una pista de baile que vibraba no solo por el sonido sino por la electricidad emocional de quienes la ocupaban.

Cada fin de semana era una ceremonia: los cuerpos sudorosos, las miradas furtivas, las primeras copas de los que se estrenaban en la noche. No era raro ver entre el humo de las luces láser a estudiantes, modelos, artistas, políticos jóvenes, aspirantes a todo, creyéndose eternos por un par de horas.

Fandango fue, durante al menos una década, el centro de gravedad de la vida nocturna en Guadalajara.

Más que una discoteca: una época

Pero como todo lo que arde demasiado fuerte, Fandango también se consumió. El cambio de siglo, la llegada de nuevas modas, la fragmentación cultural y el surgimiento de antros boutique fueron apagando ese rugido ochentero que tanto había seducido. Sin embargo, su eco sigue resonando. En cada reunión nostálgica, en cada playlist retro, en cada “¿te acuerdas de Fandango?”, el espíritu de aquella discoteca revive.

David Villegas Durán no solo fundó una discoteca: fundó un sentimiento colectivo, una estética de la juventud, una manera de habitar la noche en una Guadalajara que comenzaba a mirar hacia fuera, a desear más, a bailar sin pedir permiso.

Legado

Hoy, cuando la ciudad se ahoga en bares genéricos, playlists algorítmicas y fiestas filtradas por Instagram, Fandango se extraña. Era un espacio donde todo era presencial, físico, humano. Donde el cuerpo y la música dialogaban directamente. Donde el sudor era más importante que el selfie.

David Villegas Durán, Pepe Botello y Alejandro Valadea merecen más que una nota nostálgica. Merecen una crónica con luces de colores y ritmos graves, que hable de cómo una pista de baile puede cambiar una ciudad. Fandango fue exactamente eso: un latido colectivo bajo una bola de espejos.

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