



El Marxismo como Justificación del Régimen: Morena y el Doble Discurso Revolucionario
Por Jaime laguna Berber
Desde el siglo XX, en México han existido corrientes que, bajo la bandera del marxismo, han justificado regímenes que en la práctica no buscan el socialismo, sino la administración del capitalismo con un rostro progresista. Vicente Lombardo Toledano fue el máximo exponente de esta tendencia durante el cardenismo, al presentar el Estado posrevolucionario como una etapa necesaria rumbo al socialismo, aunque en realidad consolidó un modelo corporativo y burgués. Hoy, con el ascenso de Morena, una parte del marxismo mexicano ha retomado este papel, utilizando el discurso antifascista y popular para defender a un gobierno que, si bien impulsa algunas medidas progresistas, no rompe con las estructuras del capitalismo.
Lombardo Toledano y el Partido Popular Socialista: Un Marxismo al Servicio del Estado
Vicente Lombardo Toledano fue una de las figuras clave del sindicalismo mexicano y del marxismo institucionalizado en el siglo XX. Como líder de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), se convirtió en un intermediario entre el movimiento obrero y el gobierno de Lázaro Cárdenas, garantizando que las luchas sindicales se canalizaran dentro del marco del Estado en lugar de volverse un desafío revolucionario.
En 1948, Lombardo fundó el Partido Popular, que luego se convertiría en el Partido Popular Socialista (PPS). Aunque se presentaba como un partido marxista, en la práctica fue un partido satélite del PRI, actuando como su apéndice “de izquierda”. El PPS jamás cuestionó realmente el sistema, sino que lo justificó con un discurso socialista que legitimaba al régimen priista como una vía hacia la transformación social. Durante décadas, sirvió para dar la apariencia de pluralidad en el sistema político sin representar una oposición real.
Este modelo de un partido “socialista” subordinado al régimen se replicaría con otros grupos de izquierda que, en lugar de confrontar el poder, optaron por integrarse a él. Lo mismo ocurre hoy con partidos que, aunque se presentan como críticos, terminan funcionando como comparsas de Morena, ocupando el lugar de aliados estratégicos sin desafiar realmente las estructuras de poder.
El antifascismo como estrategia de legitimación
Uno de los principales argumentos de los marxistas que apoyan a Morena es la idea de que su gobierno representa un dique contra la ultraderecha. Según esta visión, la administración de López Obrador es la única barrera que impide el regreso de un régimen abiertamente neoliberal y represivo. Esta lógica recuerda la estrategia de Lombardo Toledano durante la Segunda Guerra Mundial, cuando argumentó que era necesario respaldar al gobierno mexicano para evitar el avance del fascismo.
El problema de esta postura es que convierte la lucha política en una dicotomía simplista: o se está con Morena, o se está con el fascismo. Bajo esta lógica, cualquier crítica desde la izquierda es descalificada como funcional a la derecha, cerrando el espacio para el debate y la movilización autónoma. Además, al reducir la transformación social a la mera resistencia contra la reacción conservadora, se evita la discusión sobre las limitaciones estructurales del propio gobierno de Morena.
Aún más grave es la contradicción de justificar un gobierno burgués con un discurso marxista antifascista. El marxismo clásico entiende que el fascismo es una forma extrema de defensa del capital ante una crisis revolucionaria. Sin embargo, en México no hay tal crisis revolucionaria, y el propio Morena no está en guerra con el capital, sino que lo administra. ¿Cómo puede hablarse de antifascismo si no hay un intento de superar el capitalismo? La realidad es que este discurso no busca una transformación radical, sino la justificación ideológica de un proyecto reformista que mantiene intactas las estructuras del Estado burgués.
El oportunismo político y la búsqueda de cargos públicos
Más allá de la discusión teórica, el uso del marxismo para justificar a Morena tiene también un fuerte componente de oportunismo político. Así como en su tiempo el PPS sirvió como un trampolín para cuadros que querían colocarse dentro del aparato estatal priista, hoy muchos militantes de izquierda han visto en Morena una vía rápida para obtener cargos dentro de la administración pública.
Este oportunismo se expresa en académicos, exmilitantes y activistas que antes se oponían al Estado y ahora justifican su integración bajo la excusa de “luchar desde dentro”. La lógica es clara: entrar al gobierno no para transformarlo, sino para asegurar espacios de poder, financiamiento y estabilidad personal. La militancia en Morena, lejos de ser un compromiso con un proyecto revolucionario, se ha convertido en un mecanismo para la movilidad política dentro del mismo sistema que antes criticaban.
La cooptación del movimiento popular
Otro punto clave es el papel del gobierno en la absorción y control de los movimientos sociales. Así como la CTM bajo Lombardo Toledano sirvió para encauzar la lucha obrera dentro del marco del Estado, Morena ha logrado integrar dentro de su estructura a sindicatos, organizaciones campesinas y colectivos populares, presentándose como el único canal legítimo de lucha.
Esta estrategia ha permitido al régimen mantener un discurso radical mientras evita la consolidación de movimientos autónomos que podrían desafiar realmente las bases del poder económico y político. En lugar de impulsar una organización independiente de las clases subalternas, se ha fortalecido un modelo en el que la protesta social se canaliza a través de los cauces institucionales de Morena, garantizando que no se convierta en una amenaza para el orden establecido.
La reivindicación de medidas progresistas como avances revolucionarios
El tercer eje de este discurso es la presentación de políticas de carácter social como pasos hacia el socialismo. Durante el cardenismo, Lombardo Toledano argumentó que la expropiación petrolera y la reforma agraria eran parte de una transición progresiva hacia una economía socialista. Hoy, los marxistas afines a Morena aplican la misma lógica a programas como las pensiones para adultos mayores, las becas estudiantiles o el Tren Maya, describiéndolos como un rompimiento con el neoliberalismo.
Si bien estas medidas representan mejoras concretas para sectores populares, no alteran la estructura de propiedad ni el dominio del capital sobre el trabajo. La inversión estatal en infraestructura y el fortalecimiento de empresas públicas no implican socialismo, sino una administración del capitalismo con un mayor énfasis en la redistribución. Esta narrativa permite que Morena se presente como un gobierno de izquierda sin la necesidad de cuestionar las relaciones de producción ni el poder de las élites económicas.
Un marxismo al servicio del régimen
El resultado de esta estrategia es la consolidación de un marxismo subordinado al poder, que en lugar de impulsar la lucha de clases de manera autónoma, se convierte en un discurso legitimador del Estado. La idea de que Morena representa una “transición progresiva” permite justificar sus contradicciones, como su alianza con sectores empresariales, su fortalecimiento del ejército o su negativa a impulsar transformaciones estructurales.
Al igual que en la época de Lombardo Toledano, el marxismo se usa como una herramienta para mantener el control sobre el movimiento popular y evitar que se desarrolle una verdadera alternativa revolucionaria. Mientras la izquierda permanezca atrapada en la lógica del mal menor y el oportunismo político, seguirá siendo funcional a un sistema que, aunque adopte un rostro progresista, no deja de ser capitalista.
El cartel que aquí aparece fue elaborado por Morena