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El Altar del Ruido V: Natanael Cano, la Tumbada y la Coronación del Ruido

Por Cuauhtémoc Villegas | Crónica histórica para Data2

Los imperios no nacen con cañonazos, nacen con melodías. El nuevo reino del ruido en México tiene un nombre propio, joven, tatuado y millonario: Natanael Cano. En él se encarna el génesis de los llamados corridos tumbados, una especie de híbrido narcótico entre el corrido tradicional, el trap y el nihilismo digital.

Cano no es solo un fenómeno musical, es un síntoma. Y su invención no ocurrió en una sierra ni en una cabina profesional, sino entre cables, redes y algoritmos. Fue en 2019 cuando Cano, originario de Hermosillo, Sonora, firmó con el sello Rancho Humilde y lanzó el tema “Soy el Diablo” junto a Bad Bunny. Desde entonces, la historia del corrido mexicano cambió de tono, de forma y de dirección: se volvió tumbada.

¿Qué es la tumbada?

No es solo un género. Es una postura. Una estética. Un código. Guitarras acústicas combinadas con efectos digitales, autotune y líricas que glorifican la vida rápida, el dinero fácil, la droga, la vanidad y la muerte prematura. La tumbada no denuncia al narco: lo enaltece. No cuestiona el poder: lo celebra desde abajo, con vocación de cima.

De la Sierra al Streaming

Los corridos tumbados son la respuesta del algoritmo al corrido tradicional. Lo que era épica del pueblo se volvió soundtrack del narcoestado. Plataformas como Spotify, TikTok y YouTube catapultaron el género sin regulación alguna. La violencia estética se viralizó.

Cano no llegó solo. Con él vinieron Junior H, Ovi, Fuerza Regida y decenas más, todos con el mismo guion: opulencia, crimen, rebeldía hueca y ritmos gancheros. Ninguno de ellos canta sobre justicia social. Ninguno sobre la belleza de la tierra. Ninguno sobre el dolor real del pueblo.

¿Quién permitió esto?

El silencio de la Secretaría de Gobernación (SEGOB) es escandaloso. Mientras décadas atrás prohibían a Los Beatles o censuraban a Maldita Vecindad por supuestos “mensajes antisistema”, hoy guardan un silencio cómplice ante canciones que abiertamente glorifican al sicariato. La Dirección General de Radio, Televisión y Cinematografía (RTC), encargada de velar por los contenidos, parece haber sido desactivada frente al capital musical del narco pop.

Ni un solo debate en el Congreso. Ni una sola regulación. El Estado no solo permite: legitima. En penales, escuelas, patrullas y ferias municipales, la tumbada suena como nuevo himno nacional del desencanto. ¿Quién responde por esto?

El peligro del ídolo funcional

Cano, como ídolo, cumple su función: canaliza la frustración juvenil hacia la autocelebración egoísta y no hacia la conciencia colectiva. Es, en el sentido gramsciano, un intelectual orgánico del régimen del narco-capitalismo. Con cada canción, enseña que el mundo no puede cambiarse, pero sí comprarse.

La crítica incómoda: Pepe Aguilar

Uno de los pocos personajes públicos que se atrevió a alzar la voz fue Pepe Aguilar, ícono del regional mexicano y defensor de la tradición musical. En 2021, Aguilar criticó abiertamente a los exponentes de la tumbada por su falta de preparación, su irreverencia vacía y la banalización del género. “No puedes llamarte artista solo porque tienes views”, declaró. Su comentario desató una polémica con Natanael Cano, quien respondió con insultos en redes sociales.

Lejos de un pleito personal, el gesto de Aguilar reveló la grieta generacional y cultural: entre quienes aún creen que la música debe tener fondo y forma, y quienes la conciben como simple entretenimiento viral. La voz de Pepe Aguilar quedó como una rareza: la de un músico que no teme defender el oficio ante el ruido que lo suplanta.


Cuauhtémoc Villegas es autor de “El Juego de los Sietes” y columnista de Data2. Esta es la quinta entrega de la serie “El Altar del Ruido”, dedicada a rastrear el origen del ruido institucionalizado en México como mecanismo de disolución cultural.

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