Opinión

La “música” tumbada, órgano ideológico del Estado mexicano

El Intocable.

El Altar del Ruido IV: La Tumbada y el Estado Padrino

Cuauhtémoc Villegas Durán/Objetivo7/Data2

En otro tiempo, el Estado mexicano prohibía la música que consideraba peligrosa para el alma de sus ciudadanos. El rock, el punk, incluso el pop en inglés eran satanizados por la SEGOB, etiquetados como instrumentos del desorden, la rebelión, la droga, el demonio. Radio Educación y RTC vigilaban las frecuencias, los conciertos eran cancelados, los músicos perseguidos. ¿Por qué ahora el Estado no solo tolera sino que promueve un género como la tumbada?

La respuesta es tan simple como brutal: porque esta vez, el ruido le sirve.

De la Censura al Apadrinamiento

Mientras a Enrique Guzmán le cerraban el micrófono por cantar en inglés y a Botellita de Jerez se le prohibía grabar, hoy los corridos tumbados inundan estaciones de radio, plataformas digitales y altavoces institucionales sin ningún filtro. El aparato censor del pasado fue desmantelado no por convicción democrática, sino por conveniencia. El nuevo orden encontró en la música tumbada una herramienta cultural funcional a su dominio.

Ya no se trata de proteger la moral pública. Se trata de reproducir un orden simbólico donde el crimen, la violencia y la lógica del narco-capital son aceptables, deseables, imitables. Y si el rock era peligroso por ser subversivo, la tumbada es segura porque es domesticadora. No cuestiona al poder: lo imita. No propone otra vida: celebra la que hay. No transforma: perpetúa.

La Tumabada como Órgano Ideológico del Estado

La tumbada opera como pedagogía del fracaso. Enseña que el camino no es la comunidad sino el comando, que la meta no es la justicia sino el billete. Con ritmos pegajosos y letras que glorifican el sometimiento y la superioridad del más violento, el género se vuelve un espejo del sistema que lo permite.

La policía la canta. Los penales la transmiten. Los jóvenes la bailan en escuelas públicas. ¿Quién podría decir que es una expresión “libre” cuando toda la estructura institucional la normaliza?

Aquí el Estado no es un censor ni un simple observador: es un DJ del delirio. Selecciona, repite, amplifica. Sabe que mientras más ruido haya, menos se oirá el grito auténtico del pueblo.

¿Es esto libertad de expresión?

La libertad de expresión implica la posibilidad de elegir, no la imposición encubierta de una estética única. Hoy, más que libertad hay dominación. El monocultivo musical impide la pluralidad, no la celebra. Se trata de una colonización sonora en donde lo que no rima con el narco no tiene cabida. No es que no puedas escuchar otra cosa: es que todo conspira para que no lo hagas.

¿Y la SEGOB? ¿Y la RTC? Callan. Porque el caos es útil. Porque un pueblo que canta “ya soy bien tumbado y loco” no leerá a Vasconcelos ni preguntará por Ayotzinapa. Porque entre beats y rifles, la conciencia duerme.


Cuauhtémoc Villegas es autor de “El Juego de los Sietes” y columnista de Data2. Esta es la cuarta entrega de la serie “El Altar del Ruido”, dedicada a denunciar la decadencia sonora de México como herramienta de control espiritual y cultural.

Cuauhtémoc Villegas Durán

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