Cortesía/Ríodoce/José A. Ríos Rojo
Cuando el futuro da miedo, algunos se inventan pasados a los que supuestamente podríamos volver. Aquellos buenos tiempos. Las épocas doradas, los siglos de oro, el orgullo imperial, el colonialismo, las conquistas y reconquistas. Seamos de nuevo los jefes del grupo, nos dicen estamos hartos de la globalización y el siglo XXI. Y nos invitan a regresar a un pasado que nunca existió. Irene Vallejo en El futuro recordado, pag. 140.
En el siglo XX, el fascismo italiano fue el campeón del retorno a tiempos más gloriosos. Su nombre deriva de los fasces, emblema de autoridad de los antiguos magistrados romanos. La palabra misma era un manifiesto de intenciones. En la antigüedad, los escoltas de los gobernantes iban armados cada uno con un haz de varillas atadas con una tira de cuero y rematadas por un hacha. Las varas representaban la licencia para flagelar; y el hacha, para matar. A Mussolini y los suyos les atraía el doble símbolo: el regreso a la Roma clásica y el poder de castigar la disidencia.
La escenografía romana, los desfiles, el autoritarismo y las fanfarronadas ocultaban en realidad una profunda angustia frente a las incertidumbres del porvenir. Este es siempre el problema en los periodos convulsos: aceptar que el futuro ya no es lo que era.
En el imaginario fascista, el pasado siempre va asociado a unos roles de género tradicionales y patriarcales. La estructura específica del pasado mítico fascista refuerza su ideología autoritaria y jerárquica. Esta historia imaginada justifica la imposición de una jerarquía en el presente y dicta cómo debe comportarse y qué aspecto debe tener la sociedad actual.
En un discurso pronunciado en el Congreso fascista de Nápoles de 1922, Benito Mussolini declaró:
“Hemos creado nuestro mito. Y ese mito es una fe, una pasión. No hace falta que sea una realidad. (…) ¡Nuestro mito es la nación, la grandeza de la nación! Y a este mito, a esa grandeza que queremos convertir en realidad palpable, lo subordinamos todo”.
Para Mussolini, el pasado mítico fascista es intencionadamente mítico. La función del pasado mítico en la política fascista es aprovechar ese sentimiento nostálgico para apuntalar los principios centrales de la ideología fascista: el autoritarismo, la jerarquía y la pureza en la lucha.
Alfred Rosenberg, ideólogo principal del nazismo y editor del destacado periódico nazi Völkischer Beobachter, escribe en 1924 que “conocer y respetar nuestro pasado mitológico y nuestra historia será la primera condición para que arraigue con firmeza la siguiente generación en una tierra que es la madre patria europea”. El pasado mítico fascista existe para ayudar a cambiar el presente.
Los movimientos fascistas llevan liberando al pueblo de las élites corruptas desde hace generaciones. Dar publicidad a falsas acusaciones de corrupción mientras se participa en operaciones ilícitas es algo característico de la política fascista, y las campañas anticorrupción suelen ocupar un lugar central en los movimientos fascistas.
Es típico de los políticos fascistas condenar la corrupción del país del que se quieren apoderar, lo que resulta cuando menos curioso, ya que ellos siempre son mucho más corruptos que aquellos a quienes pretenden sustituir o derrotar. La corrupción fue en el Tercer Reich un principio rector, y aún así, muchos se hacían de la vista gorda, creían que aquellos hombres del nuevo régimen estaban plenamente comprometidos con la integridad moral.
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