Foto: Objetivo7fotógrafos/Cuauhtémoc Villegas Durán.
En el sur de Zacatecas, en el umbral de la sierra y la llanura, se encuentra un pueblo que parece esculpido por la calma y los siglos: Huanusco. Con apenas unos miles de habitantes, este rincón del estado resguarda una memoria antigua, que brota de sus peñas, sus cuevas, sus fiestas, y los susurros del viento que baja del cerro.
El nombre Huanusco proviene, según algunas versiones, del náhuatl y puede traducirse como “lugar de guanacos” o “agua de la cueva”, aunque otras teorías lo asocian con raíces caxcanas. Porque sí, esta tierra fue caxcana, uno de los pueblos guerreros que resistieron con fiereza la invasión española durante la Guerra del Mixtón en el siglo XVI.
Las leyendas hablan de un líder indígena que, al ser derrotado, prefirió arrojarse desde el cerro antes que rendirse. A ese cerro, aún hoy, los pobladores lo miran con respeto y cierta reverencia.
El Cerro de la Virgen, que domina el paisaje de Huanusco, es más que un referente geográfico. Algunos lo consideran una montaña sagrada, donde en épocas prehispánicas se realizaban ceremonias y donde ahora se celebran peregrinaciones marianas. Hay quienes aseguran que en sus laderas se encuentran formaciones rocosas con forma de rostros y animales, similares a las esculturas que Daniel Ruzo describió en Perú y que Cuauhtémoc Villegas ha documentado en Zacatecas.
¿Es coincidencia o herencia olvidada?
En lo profundo de la montaña existe una cueva conocida como “La Cueva del Diablo”, que muchos aseguran conecta con túneles subterráneos de tiempos antiguos. Algunos dicen que se escuchan voces; otros han visto figuras en la oscuridad. Los ancianos aseguran que por allí escapaban los indígenas perseguidos, y que hay símbolos grabados en piedra, imposibles de fechar.
¿Son petroglifos? ¿Es escritura masma? ¿O solo obra del agua y el viento?
Cada año, en septiembre, la fiesta patronal de San Francisco convierte al pueblo en un hervidero de devoción y pólvora. La procesión sube por las veredas hasta la cima, entre cantos, rezos y cohetes. Pero en los márgenes, los abuelos todavía cuentan historias de piedras que lloran y cerros que hablan en sueños.
Algunos exploradores alternativos, inspirados en Ruzo, han visitado Huanusco en secreto. Uno de ellos dejó escrito:
“Aquí hay algo… no sé si son esculturas o el alma del cerro, pero hay algo que observa desde hace siglos”.
El periodista Cuauhtémoc Villegas, en su búsqueda de vestigios protohistóricos, ha señalado que en los alrededores de Huanusco existen formaciones pétreas de interés, aún no documentadas oficialmente, pero que podrían estar conectadas con una red de esculturas ciclópeas extendida por todo el sur zacatecano.
Huanusco no tiene hoteles de lujo ni centros turísticos. Lo que tiene es un alma que se hereda, que vive en la tierra, en la piedra, en los rezos de las abuelas y en los ojos de los niños que todavía juegan entre nopales y cruces antiguas.
Y cuando el viento baja del cerro en la madrugada, parece decir algo. Algo que solo el que escucha con humildad puede entender.
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