



Cortesía/Ríodoce/Ismael Bojórquez
Cuando los intereses políticos demandan forzar una narrativa es muy común que ésta choque con los hechos. El gobierno mexicano se ha esmerado en negar que agentes gringos participan en operativos contra blancos del narcotráfico, pero son los mismos agentes quienes se encargan de desmentirlos. Ellos juegan su partida y no les preocupa nada qué puedan decir o hacer del lado mexicano. Tal vez esa preocupación esté más arriba, en el Departamento de Justicia, en el Tesoro, en la Fiscalía General de los Estados Unidos, pero no en ellos. La historia del narcotráfico está llena de casos que han ocurrido con gobiernos de todos los colores, incluso con Morena. Levantar el estandarte de la soberanía está bien como discurso, pero los hechos son tan irrebatibles que pueden dejar en ridículo al abanderado (a).
La relación de las agencias norteamericanas con México existe desde que Estados Unidos decidió, con Nixon, declararle la guerra al narcotráfico. Incluso hay en Ciudad de México, en Reforma 265, un edificio que alberga —esto se consolidó en el gobierno de Felipe Calderón— a las principales agencias norteamericanas (DEA, FBI, ICE, CIA…) y autoridades mexicanas enfocadas principalmente a temas de narcotráfico. Y tan no les importa a los policías gringos la narrativa mexicana, que Andrew Hogan, uno de los agentes de la DEA que participaron en la recaptura del Chapo Guzmán en Mazatlán (febrero de 2014), relata en su libro Hunting El Chapo (Cazando al Chapo), la forma en que fue siguiendo al capo durante años hasta toparse con él en el edificio Miramar. Jesús Murillo Karam, entonces titular de la PGR, aseguró que en la detención habían tenido el apoyo de agentes norteamericanos. Y ocurrió lo mismo durante la segunda recaptura, en Los Mochis, en enero de 2016.
Esto ocurrió bajo el gobierno de Peña Nieto. Pero con AMLO pasaron cosas similares. En septiembre de 2019 un grupo de agentes de la DEA, incluyendo a su director, Uttam Dhillon, fiscales y hasta legisladores de los Estados Unidos, visitaron Sinaloa y se pasearon por narcolaboratorios que previamente habían sido desmantelados. Se suponía que era una operación no pública con lo cual el gobierno mexicano intentaba demostrar a su par norteamericano que aquí se está combatiendo con éxito la producción de drogas sintéticas, incluyendo el fentanilo. Pero más tardaron en llegar a su tierra cuando dieron a conocer, incluso a través de ruedas de prensa, hasta pretensiosas fotografías de los lugares que habían visitado al lado de policías estatales y elementos de la Marina mexicana. Un mes después, vaya casualidad, sufrimos el primer culiacanazo.
La semana pasada se generó una polémica con una nota publicada originalmente por Ríodoce donde las redes sociales del ICE (Oficina de Investigaciones de Seguridad Nacional (HSI) del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas) publicaron el desmantelamiento de tres narcolaboratorios en Sinaloa y la incautación de 26 toneladas de precursores químicos. Hasta mostraron fotografías (porque, como siempre, se llevan testimonios para presumir). Y volvemos a lo mismo. El gobierno mexicano niega que agentes gringos estén participando en este tipo de operativos —muy en alto el estandarte— y el gobierno de los Estados Unidos, a través de su embajada, dice lo mismo. (El viernes, por cierto, la presidenta Claudia Sheinbaum presumió el comunicado de la embajada y dijo que decía lo mismo que ella misma había asegurado). Es decir, los hechos por un lado y la política por el otro. Un juego de espejos con el que se pretende que los ciudadanos seamos miopes.
En realidad, el gobierno de AMLO tomó distancia de las agencias norteamericanas a partir de la detención del general Salvador Cienfuegos, hecho que el expresidente festejó primero para luego recular bajo la presión de los generales y exigir que fuera entregado al gobierno mexicano para que fuera juzgado aquí. Lo logró y la FGR hizo una pantomima de investigación para determinar que no había delito que perseguir.
Bola y cadena
EL GOBIERNO MEXICANO SIEMPRE ha estado supeditado a las políticas gringas antidrogas, siempre hemos sido un peón en su tablero. Por eso me llama la atención que tanto la presidenta Sheinbaum como el secretario de Seguridad, Omar García Harfuch, se quejen de lo que hace el gobierno norteamericano con los extraditados. La presidenta se queja de no recibir información de los gringos sobre lo que está detrás del éxodo de familiares de Ovidio y Joaquín Guzmán, entre ellos su madre, Griselda López Pérez, y el secretario tacha de “lamentable” que Ovidio reciba beneficios de las autoridades de aquel país, cuando se sabe lo que costó atraparlo. ¡Como si esto fuera nuevo!
Sentido contrario
POR CONSIDERACIONES DE SEGURIDAD, Ríodoce y las organizaciones que nos han acompañado siempre desde que mataron a Javier Valdez, decidimos ahora hacer un evento frente a la embajada de Estados Unidos en México con el fin de exigir que el autor intelectual del crimen, Dámaso López Serrano, el Minilic, sea extraditado (una de cal por las que van de arena) a México para que sea juzgado por ello. En Ríodoce estaremos siempre agradecidos del acompañamiento vital de Reporteros Sin Fronteras, de Artículo 19, de la oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU, del Comité para la Protección de Periodistas y de Propuesta Cívica. Y de los medios de comunicación locales y nacionales, siempre presentes en nuestra demanda de justicia. A todos ellos un millón de gracias.
Humo negro
HACE COSA DE UN MES DESDE UNA oficina del Departamento de Justicia de los Estados Unidos se comunicaron con alguien de la FGR para preguntar si la orden de aprehensión contra el Minilic seguía vigente. Hay que tomarlo con sobriedad. Una vez que Dámaso López Serrano fue reaprehendido nuevamente por el FBI al descubrir que de nuevo era parte de una red de tráfico de fentanilo, la FEADLE solicitó de nuevo al gobierno norteamericano que revisara la solicitud de extradición que le hizo desde enero de 2020. No significa que lo mandarán mañana, pero el tema se está moviendo.
Artículo publicado el 18 de mayo de 2025 en la edición 1164 del semanario Ríodoce.