Grupo Firme. Foto: Cuauhtémoc Villegas Durán/Objetivo7fotógrafos.
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En el corazón de una sociedad atravesada por el miedo, la pobreza y la impunidad, los narcocorridos se han convertido en una banda sonora del crimen organizado. Estos cantos, que glorifican a capos, sicarios y cárteles, no sólo cuentan historias: crean aspiraciones torcidas, normalizan la violencia y siembran ideales destructivos en generaciones enteras.
Mientras miles de familias lloran a sus muertos y desaparecidos, los narcocorridos reproducen un relato donde el asesino es héroe, el traficante es empresario, y la sangre es símbolo de éxito. En plataformas como YouTube y Spotify, los temas que exaltan a figuras como “El Chapo”, “El Mencho” o “La Barbie” superan millones de reproducciones, muchas veces sin restricción de edad.
“El narcocorrido ha dejado de ser una crónica para convertirse en una forma de reclutamiento emocional”, advierte el sociólogo Javier Durán. “Es una música que legitima el crimen, da sentido a la muerte violenta y propone una idea falsa de poder.”
En barrios sin oportunidades, donde el Estado no entra pero el narco regala tenis, dinero o celulares, el narcocorrido funciona como un himno de pertenencia. Jóvenes de 13 o 14 años ya se graban emulando corridos bélicos, portando armas falsas o reales, aspirando a ser sicarios, no doctores.
El “corridito tumbado” y sus variantes han suavizado el discurso pero no el mensaje: lujo, armas, mujeres, poder, impunidad. Y a diferencia de generaciones pasadas, ahora los ídolos son criminales vivos, no mitos lejanos.
Los defensores de estos géneros aseguran que “solo narran una realidad”. Pero ¿cuándo un relato deja de ser testimonio para volverse promoción del crimen? En estados como Sinaloa, Michoacán o Guanajuato, donde los narcofunerales se acompañan con la misma música que el difunto consumía, la respuesta parece evidente.
Gobiernos locales han intentado prohibir conciertos o censurar canciones, pero la industria sigue, alimentada por intereses millonarios y un mercado sin escrúpulos.
El fenómeno de los narcocorridos no es causa, pero sí catalizador de una cultura del narco que se infiltra en la política, el comercio y el entretenimiento. Mientras no se combata la impunidad, no se generen oportunidades y no se recupere el sentido de comunidad, estas canciones seguirán vendiendo más que cualquier llamado a la paz.
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