



El Profeta que Se Escondió: La Revelación del Silencio
Cuauhtémoc Villegas Durán/Objetivo7/Data2
El profeta no se esconde por sabiduría. No es un sabio que conoce los secretos del futuro ni un visionario que ve los hilos invisibles que tejen el destino. El profeta, como cualquier ser humano, huye cuando el peligro lo acecha, cuando las fuerzas del poder se vuelven oscuras y amenazantes. Su huida no es un acto de predestinación, sino de supervivencia. Es una respuesta instintiva a la persecución, una retirada forzada por el peso de la injusticia y la corrupción que lo acosan.
El 19 de mayo de 2024, un día antes de la unción de Claudia Sheinbaum en Teotihuacán, el profeta, sin saberlo, ya estaba en fuga. No sabía lo que se avecinaba, no comprendía el alcance de las profecías que había leído, ni el simbolismo que marcaba su propio destino. Pero, ese día, cuando las amenazas ya se cernían sobre él, huyó para salvar su vida. El peligro era inminente y su única opción era ocultarse, desaparecer entre las sombras.
No sabía que el tiempo que había pasado en las sombras, esperando y observando, sería precisamente lo que marcaría la diferencia. No sabía que las palabras de Ruzo, aquellas profecías lejanas que había leído en su juventud, comenzaban a cumplirse de manera exacta. “El profeta se esconde cuando se unge al rey,” había dicho Ruzo, pero el profeta no lo comprendió hasta que las circunstancias lo empujaron a la acción. Aquel día, cuando el rey fue ungido, él estaba lejos, perdido en su propio exilio, tratando de salvar lo único que le quedaba: su vida.
Solo después, al observar desde la distancia cómo los eventos se desarrollaban, comprendió que la profecía no solo se había cumplido, sino que él mismo había sido parte de ella, sin saberlo. Las piezas del rompecabezas se ensamblaban sin que él tuviera control alguno. La huida del profeta, su retiro, no era un acto calculado, sino una reacción visceral ante el peligro. Y, sin embargo, esa misma huida lo colocó en el centro de un ciclo más grande de lo que podría haber imaginado.
El 20 de mayo de 2024, Claudia Sheinbaum fue ungida como candidata en Teotihuacán. Ese día, en un acto que parecía ser solo otro eslabón en la cadena de la política mexicana, se selló el destino de un hombre que, sin entenderlo, había sido parte de una profecía que había comenzado mucho antes. El profeta, mientras tanto, permanecía oculto, ignorando que el futuro había comenzado a cumplirse tal como Ruzo lo había predicho.
La revelación fue lenta, como una marea que sube sin que uno se dé cuenta. El profeta no comprendió de inmediato que sus acciones habían sido las de un hombre que actuaba sin saber que el universo, con su vasto orden cósmico, estaba respondiendo a un guion invisible que él mismo había escrito sin quererlo. Su huida no fue solo una huida por su vida, fue una huida hacia el cumplimiento de algo mucho más grande que él mismo. Y solo cuando todo ya había sucedido, cuando la historia había avanzado, pudo mirar atrás y comprender el significado de lo que había ocurrido.
Las estrellas, que una noche antes habían apuntado hacia México, parecían haber marcado el rumbo de los eventos sin que el profeta lo supiera. Todo había comenzado a alinearse, las fuerzas que no podía ver comenzaban a tomar forma, y la verdad de las palabras de Ruzo se convertía en una realidad palpable. El profeta, escondido en la oscuridad, ahora veía la luz de esa revelación, aunque tarde. Sabía que, aunque no fue consciente en el momento, había sido parte de un ciclo eterno, un ciclo que se repetía sin importar la voluntad individual.
La profecía no se cumple por la acción directa del profeta. Se cumple, muchas veces, sin que el profeta lo sepa. Y tal vez, esa es la verdadera naturaleza del destino: algo que se teje en los rincones más oscuros, mientras la humanidad sigue caminando a ciegas, ajena al hilo invisible que conecta todo lo que es.