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Entre la herida y la memoria: La obra total de Cuauhtémoc Villegas, alias Mito

La creación artística de Cuauhtémoc Villegas no es un cúmulo de disciplinas diversas; es una sola herida que sangra en varios lenguajes. Pintor, arqueólogo, periodista, caricaturista y fotógrafo, Villegas —que firma como Mito, como si reclamara su lugar en la constelación de narradores fundamentales— ha hecho de la frontera entre el arte y la denuncia su territorio de conquista. Si la modernidad buscó separar las artes, Villegas las vuelve a fundir en un haz que ilumina lo que preferimos no ver: la violencia, la memoria rota, y la ironía cruda de nuestro tiempo.

Como pintor, sus lienzos son campos de batalla donde dialogan la iconografía prehispánica y el expresionismo contemporáneo. Los colores son tierras quemadas, el trazo es nervioso como un pulso en crisis. No pinta: excava. Cada pincelada parece levantar un estrato más de la memoria colectiva mexicana, con la precisión de un arqueólogo que no busca ruinas sino cicatrices.

Y no es metáfora vacía: como arqueólogo, Villegas entiende que el pasado no está muerto. En sus hallazgos materiales, en los fragmentos de cerámica, huesos y obsidiana, está la semilla de sus imágenes. En él, el artista y el científico no se contradicen; se alimentan. Donde un historiador ve restos, Villegas ve símbolos que arden.

Su periodismo, a su vez, no es el registro frío de los hechos, sino un acto de combate. En cada crónica, hay un aguijón dirigido contra el poder y sus disfraces. Firma como quien lanza un reto: Mito. La palabra es doble filo: mito como mentira oficial, y mito como verdad profunda que las versiones oficiales intentan ocultar.

Como caricaturista, su pluma es más daga que pluma. Las figuras que dibuja tienen el gesto torcido, la mueca reveladora de lo grotesco en el rostro de los poderosos. Heredero de Posada, pero con la ironía postmoderna que Octavio Paz detectaba en los muralistas tardíos, Villegas lleva la sátira a un punto donde ya no hace reír, sino incomoda.

Su fotografía es la última capa: ojo clínico y estético que captura la textura cruda de la realidad. Sus imágenes no son instantáneas, son pequeñas lápidas: cada disparo de su cámara parece enterrar o desenterrar una verdad.

Si Octavio Paz nos enseñó que el arte mexicano es un espejo quebrado donde cada fragmento devuelve una imagen distinta, Cuauhtémoc Villegas recoge esos pedazos y los recompone en un mosaico que no pretende ser bello, sino necesario. Su obra es un acto total: mirar sus pinturas, leer sus textos, ver sus fotografías, es entrar a un laberinto donde cada salida es una herida, y cada herida, una lección.

Pero detrás de esa furia expresiva que arde en sus lienzos y textos, hay un orden secreto: los números. Villegas es también un amante de las cifras, y esa pasión se filtra sutilmente en su obra. Las proporciones, las repeticiones, las series: todo sigue una lógica matemática que enraiza su arte en un territorio donde la emoción se encuentra con la estructura. En sus pinturas, los patrones geométricos que recuerdan códices antiguos no son solo decorativos; son sistemas de conteo, esquemas que remiten a calendarios mesoamericanos y a la obsesión por clasificar lo inabarcable. Sus caricaturas y fotografías, aunque parezcan espontáneas, siguen un ritmo casi musical, marcado por la simetría y la progresión. Como un arqueólogo de la forma, Villegas escarba no solo en la historia, sino en la matemática oculta que subyace en toda creación, haciendo de cada obra un código por descifrar.

Mito no es solo un nombre: es un método. Desmonta los relatos dominantes, los corroe con la acidez del humor negro, y al mismo tiempo construye nuevas narrativas que devuelven dignidad a los olvidados. Su obra es un espejo que no halaga: refleja el rostro convulso de un país que sigue buscando sus huesos, su voz y su rostro verdadero.

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