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Ante la escasa vida nocturna y cierre de restaurantes, Miguel y otros compañeros venden bolis en las calles

Miguel empujaba su carrito con bolis junto a otros dos de sus compañeros. Ellos son meseros. Desde hace cuatro meses venden sus productos en los cruceros. No fue elección propia, la violencia derivada de la pugna entre Mayos y Chapos y la ausencia de trabajo en Culiacán terminó por hacerles buscar nuevas formas de llevar el pan a la mesa.

Esa mañana, jueves 10 de abril, Miguel y sus compañeros cargaban con más de 100 bolis; 15 pesos por unidad y cada venta sería repartida entre los tres. No le ganaban mucho, lo importante era llevar algo de dinero para sus casas. El recorrido se hizo por la plazuela Obregón y la avenida Álvaro Obregón, en el primer cuadro de Culiacán, uno de los lugares más concurridos de la ciudad.

Se festejaba “El Propinón”, un evento que buscaba recaudar dinero para meseros y cocineros, —también afectados por la hemorragia de violencia— con la elaboración de tres toneladas de ceviche de camarón. Docenas de manos de estudiantes de Gastronomía de la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS) se encargaron de hacer las monumentales mezclas de pepino, tomate, cebolla y camarón en una tina industrial. El aroma a limón recién cortado coqueteaba con las fosas nasales de quienes se atrevían a acercarse a la escena.

Apenas eran las 11:00 de la mañana y Miguel llevaba seis bolis vendidos. Confiaba en que el incesante calor despertaría el deseo de algo fresco entre los asistentes al evento. Los clientes no llegaban, aún era muy temprano.  De fondo, la voz de la animadora presentaba a los grupos que iban pisando el escenario: era una fiesta.

Tres inspectores, trabajadores del Ayuntamiento de Culiacán visitaron el carrito. “Nos dicen que no podemos estar ahí porque es un evento privado y porque los organizadores, Rafael y Juan Carlos los acaban de mandar. Yo le digo ‘oye pero no puede ser posible’”, relata.

Miguel les explica que no estarían mucho tiempo, solo querían sacar algo de dinero, además, la venta de ellos no afectaría a otros comerciantes. Entre disputas y alegatos, ellos se quedaron, pero los bolis no se terminaron.

Además de la venta de bolis, algunos días a la semana Miguel se coloca su uniforme de mesero: camisa blanca, chaleco negro, bien fajado. Con su pantalón negro y zapatos boleados. Su trabajo es inestable, por eso desde hace cuatro meses también vende aguas sobre el bulevar Rotarismo en el sector Desarrollo Urbano Tres Ríos. Las cuatro intersecciones del lugar generan un tránsito vehicular abundante. No es el único vendedor, algunos exhiben sus verduras en medio del calor sofocante del mediodía.

Los precios que ofrece son bajos, una botella de agua cuesta seis pesos. Por cada 40 aguas que vende le saca 140 pesos. “No es mucho pero ahorita para mi sí es mucho, ya me los traigo aquí yo a la casa, ya comemos por mientras que esto se regulariza”, dice.

Encontrar un trabajo estable con un sueldo fijo, prestaciones, seguro y vacaciones sería colocarle una soga al cuello a su familia. Dedicar tiempo a encontrar un trabajo y esperar que le paguen la semana o la quincena sería quedarse sin ingresos, viven al día.

“No es fácil, mucha gente no nos cree, unos dicen ‘ay ya van a estar empezando a estar chingando, no les gusta trabajar, no les gusta tener patrón’. Pero ellos no saben lo que uno está pasando. Al final de cuentas tú estás trabajando”.

Cuando sale la oportunidad él brinda sus servicios foráneos. Los dos años que lleva siendo mesero se ha hecho de contactos que le consiguen eventos en otros estados. Ha ido hasta Tijuana y algunos de sus compañeros a Puerto Vallarta. Con la venta de bolis sacaría dinero para comprarse un vuelo a Los Cabos, en Baja California.

“El vuelo nos salió en 2 mil 300 pesos. Solamente de ida. Nosotros vamos con la confianza de que va a estar bien, más que nada porque aquí no hay trabajo aquí”, explica.

Viajar hasta otros estados siempre representa un riesgo, ganar o perder. Se cobra una comisión y ellos mismos pagan sus viáticos. Las ganancias a veces quedan solamente en las propinas.

En sus años de bonanza trabajó en El Palenque de Culiacán, en una noche podía sacar de las propinas entre mil y 2 mil pesos. Esto tenía sus condicionantes; el trato a las personas y las áreas que se le asignaban.

Miguel ha pensado en irse de Culiacán, pero recuerda que ya tiene toda una vida aquí.

Artículo publicado el 20 de abril de 2025 en la edición 1160 del semanario Ríodoce.

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